He escuchado a mi madre contar esta historia tantas veces que si cierro los ojos aún me parece estar oyéndola. Es, posiblemente, una de las historias más famosas de la familia y aunque fui la protagonista indiscutible, hasta ahora no he sabido darle la importancia debida.
Aquí te dejamos nuestra galería de imágenes de Basilica de San Pedro en Roma:
Lo cierto es que todo sucedió gracias a mi tío abuelo Patricio. Era uno de los hermanos mayores de mi abuela y fue un hombre de Dios. Mi madre siempre dice que no sabía si había sido vocación o necesidad, pero de muy niño fue enviado a estudiar a un seminario, cerca de Ávila, y desde entonces hasta el día que murió, nunca dejó de estudiar su fe.
Cuando el padre Patricio tenía 32 años, siendo profesor investigador en la Universidad de Teología de Madrid, le ofrecieron la oportunidad de ser trasladado a la Ciudad del Vaticano para continuar con sus estudios y aquello fue el origen de esta historia.
Por aquel entonces mis padres llevaban ya unos años intentando quedarse embarazados. Los médicos insistían en que no había nada físico que lo impidiera y que era cuestión de tiempo, pero lo cierto es que ella recuerda aquellos años con mucha angustia. Mi madre cuenta que un par de días antes de la marcha del tío Patricio se organizó en casa de la abuela una gran comida familiar de despedida. En un momento de aquella reunión, el tío se acercó a mi madre para hacerle una promesa: rezaré por ti, mi niña, y le pediré al Santo Padre que te de aquello que tanto anhelas.
Poco más de mes y medio después mi madre descubría que estaba embarazada de mi y , como ella afirma, se volvió religiosa de repente. Llamo a su tío Patricio para contarle la buena nueva y desde aquel día, no ha faltado ni un domingo a misa. Yo nací el 22 de febrero de 1980 y dicen que fui una niña con suerte. De alguna manera, el tío Patricio había conseguido incluirme entre los niños que iban a ser bautizados por el Papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro del Vaticano el domingo 4 de abril. Así, poco más de un mes después de nacer, estaba de camino a Roma por primera vez.
Ahora, cuando acabo de regresar de mi segundo viaje a Roma, entiendo la emoción de la que mi madre hablaba. Según he visto la Basílica de San Pedro desde la plaza he comenzado a comprender porque mi madre cuenta, una y otra vez, esta historia.
Allí estábamos tu padre y yo alucinados, mirando aquella plaza enorme e intentando procesar que aquel enorme y maravilloso edificio iba a abrir sus puertas para nuestra niña. Según tengo entendido pasamos un buen rato allí parados. El hecho es que, entonces y ahora, he debido de pasar mas o menos el mismo tiempo apreciando la belleza de la plaza y la fachada, entonces con unos padres paralizados por la emoción y ahora, esperando la preceptiva cola.
Cuando entramos comenzaste a llorar, pero ni tu padre ni yo te prestamos mucha atención. Era tan bonito, tan grande, era como un pedazo de cielo en la tierra. En mi segunda visita a punto he estado de echarme a llorar como la primera vez. Es tan grande, tan hermoso que ahora es cuando he entendido que mi madre tiene razón y explicar lo que te pasa por la cabeza cuando entras en un templo que puede dar cabida a más de 60.000 fieles y dejarlos a todos boquiabiertos, resulta imposible.
Allí estaba el tío Patricio, doblemente emocionado. Casi se le caen las lágrimas cuando te miró y apenas le salieron las palabras mientras nos acompañaba. En un momento se paró y nos señaló al techo. Tu padre y yo levantamos la cabeza y pudimos apreciar la Gran Cúpula de la Basílica. No se el tiempo que estuve mirando la obra de Miguel Angel, pero recuerdo perfectamente que cuando volví la cabeza, el tío Patricio te miraba a ti, medio embobado. Este es el verdadero milagro, me dijo sonriendo. En mi segunda visita, 38 años después, al mirar la cúpula he recordado casi palabra por palabra la historia como la cuenta mi madre, casi me ha parecido poder ver allí al tío junto a mis padres, jóvenes y felices con su niña lloriqueando en la Basílica de San Pedro.
Seguimos caminando detrás del tío, viendo la basílica. Había mucho mármol, muchas estatuas, pequeñas y preciosas capillas. Todo tiene que ser muy hermoso, está decorando la casa del Señor. Viendo todo aquello por mi propio pie, apreciando la belleza de las obras de Bernini y la gran nave central, las palabras de mi madre venían a mi cabeza una y otra vez. Entendía su emoción, porque a la que a mi me producía todo aquello había que sumarle el hecho de que el Papa iba a bautizar a su hija.
Junto a la Piedad de Miguel Angel, viendo la tumba de Juan Pablo II, me parece escuchar a mi madre sentada en la mesa de la cocina contando su historia favorita mientras me mira con ternura y vuelve la vista hacia la foto de mi bautizo, con el Papa en primer término y mis padres y yo, el tío Patricio y miles de desconocidos más.
La ceremonia fue larga y te quedaste dormida. Yo escuchaba a Juan Pablo II, no entendía una palabra pero me daba igual. Estaba a pocos metros de él, en la iglesia mas bonita que había visto en mi vida y me sentía muy cerca de Dios. Cuando se acercó a darte el bautismo el Papa sonreía con dulzura y tu abriste lo ojos, te asustaste y te echaste a llorar. La verdad es que había unos 30 bebés aquel día y era un festival de llantos.
Siempre me he tomado esta historia con un poco de guasa porque aunque entendía que para mis padres aquello había sido una experiencia única, para mi no era ni tan siquiera un recuerdo. Si a eso le añadimos que soy atea, aunque estuviera allí nunca había podido sentirme parte de la historia. Ahora, tras visitar de verdad la Basílica de San Pedro y aunque sigo sin tener fe, me siento, por fin, parte de la historia.