Que ver en Estambul

Un hamman en Estambul y un par de osos

Paco y yo llevamos años viajando juntos, además de ser amigos de toda la vida tenemos dos cosas muy importantes en común: una es que nos gusta mucho viajar y la otra es que no nos echamos novia ni a tiros. Así nos vimos, otra vez, preparando la mochila para irnos juntos a Estambul.

Aquí te dejamos nuestra galería de imágenes de un Hamman en Estambul:

Poco os puedo contar que no sepáis de una ciudad como Estambul. Apasionante, divertida, colorida, ruidosa y amable, este lugar guarda auténticos tesoros para el disfrute de sus visitantes. La Mezquita Azul, Santa Sofía, el Palacio de Topkapi o las fabulosas Cisternas, ¡ya firmaría cualquier ciudad del mundo por tener solo una de estas joyas!

Habíamos leído en todas partes que entre los imprescindibles de Estambul estaba la visita a un hamman y nos pareció el plan perfecto para la última noche. Masajes, sauna y relax tras tres días de infarto era una idea más que seductora. Sin embargo llegado el momento, a ambos nos estaban surgiendo ciertos nervios.

En esos tres días habíamos observado esa relación tan curiosa que tienen los hombres en Estambul. Para empezar hay que decir, desde el respeto, que tienen mucho de osos. Los mostachos que luce el personal son de película, las matas de pelo son de infarto y encontrar un calvo es como buscar una aguja en pajar; por si esto no fuera suficiente son todos “tíos de pelo en pecho”. Entiendo que todo esto tiene mucho de topicazo y de verdad que ambos somos firmes defensores de que cada uno haga con su vida lo que le apetezca, pero tengo que reconocer que tanto “hombretón” nos tenía un poco intimidados a ambos. Quizá tiene algo que ver con que somos dos tirillas, medio calvos, a los que el prototipo machote les queda muy, muy lejos.

Que hacer en Estambul

El rollo es que todo esto nos tenía un tanto intranquilos de cara a nuestra visita al hamman. Nos sentíamos un poco como corderos metiéndose en la boca del lobo cuando cruzamos la puerta del hamman. La zona de recepción era muy turca y muy bonita, con mucha madera y un aspecto acogedor, hasta ella nos había acompañado un muchacho muy amable y nada intimidante de modo que pensamos que la experiencia empezaba bien.

La cosa cambio cuando aparecieron dos bigardos cuarentones, muy sonrientes, con las manos de tamaño XXL entrelazadas y más pelo del que habíamos visto en nuestra vida. Nos quedamos de piedra cuando aquella senormes manos se soltaron y volaron a agarrar las nuestras. Sin apenas darnos cuenta íbamos cada uno de la mano de uno de ellos hacía las entrañas del hamman.

Nos metieron primero en los vestuarios donde, por fin, nos soltaron las manos y nos dijeron muy sonrientes: desnudar, poner toalla y bajar. Y mira que siempre se agradece que te hablen en tu idioma y mira que sonreían, pero aquello sonaba a orden de sargento y a punto estuvimos de soltar un ¡señor, si, señor!

Nos desnudamos, cada uno en nuestro vestuario y salimos con una toalla de cuadros rojos enrollada a la cintura. Paco y yo nos miramos, desnudos, delgaduchos y un tanto acongojados y a punto estuvimos de darnos la mano para bajar por aquella escalera.

Que ver en Estambul

Llegamos a la “sala de vapor”, toda de mármol con una especie de gran piedra en medio y grifos de agua fría y caliente a los lados para ayudar a superar los vapores. Aquella hermosa sala, el vapor caliente y el hecho de que no se viera a los bigardos por ninguna parte nos dio a Paco y a mi un rato de asueto para disfrutar de un baño turco.

En ese rato yo no me atreví a sacar el tema y supongo que Paco tampoco, pero que aquellas enormes manazas fueran las encargadas de dar “masajes relajantes” era algo que me parecía realmente imposible. No se si fueron 30 o 50 minutos los que estuvimos allí tranquilos y relajados hasta que “los osos”, como habíamos apodado a nuestros muchachos, entraron de nuevo en acción.

Había llegado el temido momento de quedarnos a solas con ellos y dejar que nos dieran un masaje. Lo primero que hizo mi “oso” al entrar en nuestra sala privada fue coger un guante exfoliante. Con suavidad pero con firmeza me indicó que debía sentarme junto a un grifo y mientras yo contenía la respiración se me acerco, con su guante gigante y comenzó a frotar mi cuerpo con una suavidad sorprendente, mientras repetía: quitar piel muerta es bueno.

Me pasaba el guante y me echaba agua por encima una y otra vez como si yo fuera un muñeco en manos de un niño. Yo no me atrevía ni a respirar por no contrariar a mi hombretón sonriente. La operación se repitió varias veces y supongo que termine por relajarme, porque he de admitir que cuando se vi que se quitaba el guante casi me dio hasta pena.

Con una dulzura impropia de su tamaño me agarro de nuevo la mano para conducirme hasta un banco de mármol. Allí me tumbe para empezar con el tratamiento estrella del hamman, el masaje de espuma. Mi “oso” me cubrió de espuma, mucha mucha espuma, tanta, que creo que se como se siente un tenedor cuando se nos va la mano con el fairy. Una vez bañado en espuma comenzó el masaje.

Todavía no me explico como unas manos de semejante tamaño pueden ser tan delicadas. Primero el cuello, la espalda y las piernas, después media vuelta y cabeza, brazos y piernas. Todo ello con sabios movimientos para dejar todo el cuerpo relajado. Y así durante un buen rato. No sabía donde andaba Paco y poco me importaba en aquel momento, no podía pensar en nada que no fuera aquella espuma cubriendo el cuerpo y aquellas manazas, que hubieran podido estrangularme sin esfuerzo, consiguiendo que yo fuera capaz de olvidarlo.

Casi me pongo a llorar cuando sentí el agua y supe que, una vez me quitaran la espuma, mi experiencia en el hamman tocaría a su fin. Y así fue, 5 minutos después estábamos los dos enfundados en calentitas toallas turcas, degustando un té de manzana y un tanto avergonzados por nuestros prejuicios hacía aquellos dos turcos cuarentones y peludos que tanto nos habían asustado al principio y tan felices nos habían hecho al final.

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