Hoy es sábado, cumplo 38 años y me acabo de despertar en un precioso hotel de Lisboa sola y triste. Aún no se muy bien cómo he llegado hasta aquí cuando mis planes eran bien distintos. Supongo que la vida me vuelve a demostrar que por mas que una haga planes, ella es quien toma las decisiones.
Aquí te dejamos nuestra galería de imágenes del Barrio la Alfama de Lisboa:
Si todo hubiera salido según lo previsto Manuel hubiera aterrizado el jueves por la noche y habríamos disfrutado de un largo fin de semana, una cena informal con amigos, una visita a mis padres, a los suyos y mucho tiempo para disfrutar el uno del otro. Manuel se marchó a Oslo hace seis meses, era una oportunidad laboral única, un año para un proyecto y si todo funcionaba bien, un contrato indefinido allí. El plan era que tras el primer año, me marcharía a Oslo con él. Pero el martes me llamo porque ya no podía más, eso me dijo. Después me pidió disculpas mil veces antes de decirme que se había enamorado de una compañera.
Colgué el teléfono en cuanto termino la frase y no reaccioné. Estuve unas cuantas horas sentada en el sofá, con la tele encendida frente a mi y la mente en blanco. Tanto es así que me despertó el sonido lejano del despertador de mi habitación y cuando abrí los ojos, seguía en el sofá. Una ducha es siempre una buena idea, pero no consiguió devolverme a la realidad. De alguna manera mi cabeza bloqueo la conversación de la noche anterior y el miércoles paso como si nada.
Fui a cenar a casa de mis padres, como cada miércoles, y ellos me guardaban una sorpresa: un fin de semana en Lisboa, vuelo y alojamiento para dos personas, para celebrar mi cumpleaños con Manuel de la forma más especial posible. Les sonreí, les abrace y les agradecí su precioso gesto, pero no les conté que Manuel me había dejado.
Cuando mi madre vino a recogerme ayer para llevarme al aeropuerto y pregunto por Manuel, seguí mintiendo: ha ido a ver a sus padres, su hermano le lleva. Y así es como me encontré anoche llegando a un precioso y romántico hotel en La Alfama, pero mas triste que el silencio y más sola que la una, como dice Extremoduro en una de sus grandes canciones. Entonces no me quedó más remedio que reaccionar: he estado llorando toda la noche.
Ahora estoy tomando un riquísimo desayuno y es cierto eso que dicen de que las penas con pan son menos penas. Estoy en Lisboa, en el precioso barrio de la Alfama, dispuesta a perderme por sus calles a ver si éstas son capaces de hacerme algo de compañía. Dicen que la Alfama es la cuna del fado, el barrio de la melancolía y eso le va que ni pintando a mi estado de ánimo actual.
He cogido el tranvía 28, todo un clásico, y su traqueteo me ha parecido tranquilizador y sereno. Además, es tan temprano que apenas íbamos 10 personas en él. Casi hasta me ha dado pena bajarme frente a la enorme cúpula del Panteón Nacional. Me siento un poco sorprendida por el gentío que encuentro, hasta que me doy cuenta de que están montando la Feira da Ladra. No se donde he leído que es un mercadillo de trastos y ropa muy animado, pero aún es temprano y los tenderos están colocando sus cosas.
Sentada en el pequeño y cuco Jardín Botto Machado, me doy cuenta de que este barrio lo tiene todo para conquistarme. Así que voy a seguir caminando. Voy bajando entre los puestos que ya parecen completos y algunos antiguos objetos consiguen sacarme una sonrisa. Sin plano, ni mapa, simplemente dejándome llevar, siento que la suerte empieza a estar de mi lado cuando encuentro el mirador las Portas do Sol. Los tejados rojos de la Alfama y el azul del Tajo levantarían el ánimo a un muerto y a un corazón roto también.
Está visto que este barrio no quiere tristes paseantes y el mirador de Santa Lucía es una buena razón para estar contento. Con unas vistas igual de hermosas que el anterior, este lugar además tiene un encanto muy especial que me está atrapando.
Pero no debo quedarme aquí sentada porque al final regresara la tristeza. Continuo siguiendo los carteles en dirección al Castillo de San Jorge y esta bonita fortaleza del siglo XII me transporta a otra época y durante un rato soy solamente una turista. Entiendo porque es uno de los lugares más visitados de Lisboa porque aunque repleto, no pierde un ápice de encanto.
La verdad es que me quedaría por aquí todo el día, pero el hambre aprieta y es una buena razón para ir bajando. Las estrechas calles están empedradas y por lo que veo, no me van a faltar restaurantes. La cataplana está deliciosa. Es un plato típico de marisco y pollo hecho a la cazuela y no se si es que está rico en todas partes o he elegido sin saberlo el mejor restaurante de cataplana de Lisboa, pero está de muerte.
Pletórica de energía tras una buena comida, sigo dejando que las empinadas calle de la Alfama me lleven de la mano, hasta que mis pies dicen basta, necesito un descanso. Escojo un café pequeño desde cuya terraza puedo ver la Catedral de Se que representa aquello que anhelo, verme altiva y hermosa como ella. El café es fuerte y rico, con un sabor intenso que parece que se acentúa cuando empieza a sonar el fado. No hay nadie cantando y tampoco puedo ver los altavoces, pero en esta sonando esa música profunda y hermosa que cuadra tan bien con mis sentimientos convirtiéndose en la banda sonora perfecta de mi estado de ánimo.
Son las once y media de la noche y estoy de nuevo en el hotel. He pasado la tarde perdida, he recorrido sus calles y conversado con sus gentes, he sentido su encanto y he visto su belleza, he deambulado por la Alfama para olvidar y este lugar me ha devuelto la sonrisa.