Hace unos días que regresamos de nuestro viaje en tren por la República Checa. Ha sido un viaje muy especial. Tenía muchas ganas de visitar la República Checa en general y Praga en particular, y mi pareja- en perversa connivencia con Viajes Oceanic 2000- me preparó este viaje con motivo de nuestro décimo quinto aniversario.
Todo comenzó el domingo 24 de septiembre, el día de nuestro aniversario. A las 7:30 de la mañana se puso a sonar el despertador de mi marido ¡Casi me muero del susto! Pero en seguida supe que aquello formaba parte de algún tipo de sorpresa. Y tenía que ser algo muy especial para sacar a mi marido de la cama a las 7:30 un domingo.
Un rato después estábamos aparcando el coche en el aeropuerto. Yo estaba alucinando. No solo no sabía a donde iba, ni siquiera sabía que tenía una semana de vacaciones. Él lo había arreglado todo con mi empresa a través de mi compañera (¡muchas gracias, Carmen!) y yo me estaba enterando en aquel momento.
Hasta que no llegamos al mostrador de facturación no vi el destino: Praga. No me puse a dar saltos y gritar de emoción como una niña porque una ya no tiene edad, pero me quedé con ganas.
¿Qué puedo decir de Praga? Seguro que ya sabéis que es una de las ciudades más bellas de Europa.
La primera tarde la dedicamos a perdernos por la Ciudad Vieja. Vimos el reloj astronómico, el Ayuntamiento y la Torre de la Pólvora, aunque a mi, fue la Iglesia de Nuestra Señora del Tyn la que más me gusto. Pero sobre todo disfrutamos del placer de dejarse llevar por el corazón de Praga y admirar esta ciudad, siempre abierta.
Cuando despertamos a la mañana siguiente aún seguía sin creerme del todo que estábamos en Praga. Fue, aquella mañana, cuando cruzamos por primera vez el Puente de Carlos cuando fui consciente del gran regalo que había recibido.
Visitar el Castillo de Praga y el barrio nos llevó todo el día. Fue absolutamente genial. Después de cenar en un coqueto restaurante a orillas del río, llegaba el turno para otra gran sorpresa. Mi marido me propuso ir a bañarnos en cerveza sabiendo que hay cosas a las que no puedo negarme y una de ellas es una buena cerveza bien fría. Acepté de inmediato pensando que eso de “bañarnos” en cerveza era solo una forma de hablar, pero no, fue literal ¡Tenía una reserva es un spa de cerveza!
De esta experiencia no os voy a contar nada porque hay experiencias que hay que vivir. Si te gusta la cerveza, no te lo puedes perder.
Tras las dos primeras noches en Praga, aquella mañana me desperté pletórica de fuerzas y con muchas ganas de salir a comerme la ciudad. Mi marido tenía otros planes. Me esperaba con el equipaje preparado y con mirada socarrona. De nuevo, allí estaba yo expectante y entusiasmada, lista para la próxima sorpresa. Y vaya si lo fue.
Llegamos a la estación para tomar el tren dirección Hradec Kralove, y aunque yo en aquel momento no lo sabía, el tren se iba a convertir en uno de los protagonistas de nuestro viaje. El viaje duró poco más de una hora y se me paso volando entre preciosos paisajes de la Bohemia, mientras el tren nos mecía con ese traquetear tan propio.
El primer paseo por Hradec Kralove me confirmo lo que ya intuía, es una pequeña y preciosa ciudad. La Plaza Grande y las cinco torres que la adornan bien valen la visita, pero si a eso le añadimos un buen puñado de palacios renacentistas y otro buen montón de edificios modernistas, entonces es cuando se entiende porque esta ciudad recibe el sobrenombre del “Salón de Europa”.
Recuerdo que aquella noche caí en la cama, agotada, pero feliz. Deseando ver que otras sorpresas me aguardaban en los próximos días.
Al día siguiente, cuando tomamos el taxi para la estación, ni siquiera pregunte donde íbamos. Solo me subí de nuevo a un tren dejando que los paisajes de la Moravia se me grabaran a fuego en la memoria. De nuevo, el trayecto en tren hasta Olomouc se me hizo demasiado corto.
Nunca había oído hablar de esta ciudad y me quede enamorada. La Plaza de Horni es un regalo para la vista. El Ayuntamiento es precioso y tiene un curioso reloj astronómico, además de la Columna de la Santísima Trinidad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Muy cerca de allí, en la Plaza Dolni está la Iglesia Gótica de San Mauricio, que alberga uno de los órganos más grandes de Europa, con mas de 2.000 tubos.
La tarde la pasamos recorriendo el precioso Barrio de los Canónigos para terminar en la Catedral de San Wenceslao, el centro espiritual de la Moravia, que nos encanto a los dos.
Cuando al día siguiente nos dirigimos a la estación, recuerdo que andaba ilusionada como una cría, pensando en cuál sería el próximo destino. Esta vez Brno y un recorrido en tren de poco más de una hora. Otra vez, hermosos paisajes y todo el encanto del tren.
Brno es un tesoro. Es una maravillosa ciudad, plagada de lugares hermosos e interesantes. La Catedral de San Pedro y San Pablo, la más importante de la región, es por si misma un poderosos motivo para visitar Brno, pero no es el único. También subimos al Castillo medieval de Spilberky, que además de ser un lugar más que interesante, tiene unas increíbles vistas de las ciudad. Seguimos echando la tarde paseando por la ciudad, nos admiramos con el impresionante Antiguo Ayuntamiento y disfrutamos de los lindo viendo pasar la vida en la Plaza de la Libertad.
Aunque debo confesar que lo que más me impresiono de esta ciudad fue el Osario bajo la Iglesia de San Jacobo. Contiene los restos de más de 50.000 almas y tiene un punto macabro, pero me dejo muy impactada.
Esa noche recuerdo que acosté pensando, con cierta desdicha, que ya llevábamos cinco noches en la República Checa y que aquello estaba cerca de terminar. A la mañana siguiente, de camino a la estación si que podía prever nuestro destino. Estábamos regresando a Praga para pasar allí la última noche de nuestro viaje. Ese último viaje en tren fue muy especial, disfrutamos de los paisajes y de la magia del tren, del encanto de un medio de transporte muy especial que se había convertido en un compañero de viaje perfecto.
Llegamos a Praga y dijimos adiós al tren con cierta pena y con la certeza de querer repetir un viaje como este. Pero aún nos quedaban 24 horas más en Praga y lo íbamos a aprovechar. La tarde la pasamos en el Barrio Judío, paseando y creando más recuerdos hermosos. Dejamos para la última mañana la Praga más moderna y viva, la zona de Nove Mesto. Nos despedimos de Praga en la Plaza Wenceslao, igual de enamorados que quince años antes y guardando un recuerdo muy especial de este precioso país.
En resumen, viajar a la República Checa es siempre un gran viaje, hacerlo en tren lo convierte en un viaje inolvidable.