Sabíamos que viajar a India iba a resultar apasionante pero no alcanzábamos a imaginar todo lo que este enorme país estaba dispuesto a regalarnos. Buscábamos su exotismo, sus paisajes, sus rituales, sus templos y sus tradiciones, pensando en la India como un todo; ese fue nuestro error.
Encontramos muchas “indias” diferentes, cada una con su cultura y misterios, todas ellas intrigantes y hermosas.
Fue un largo viaje con grandes momentos, nuevos amigos, naturaleza, misticismo y emociones, por eso guardo recuerdos maravillosos de muchos lugares de India pero hay uno en concreto que vuelve a mi cabeza una y otra vez.
Regresan a mi memoria las sensaciones y las imágenes que las provocaron. El verde intenso del paisaje, el reflejo de la luz en el agua, los colores de un atardecer de cuento, el brillo de un cielo estrellado, todo ello mientras somos mecidos por la calma y la quietud de una rutina que nunca descansa. Así fue para mi la visita a los Backwaters de Kerala.
Kerala es uno de los estados más poblados de la India, que ya es decir. Con una densidad de 898 personas por kilómetro cuadrado, creíamos que estaría compuesto de bulliciosas y súper pobladas ciudades, sin embargo la India nos volvió a sorprender con otra de sus caras. Situado al sur del sub-continente indio, Kerala es otra versión del país.
Kerala nos enamoró por sus gentes y su cultura, por las hermosas ciudades, por su ambiente y su naturaleza, pero por encima de todo esto, lo que realmente convirtió Kerala en un recuerdo recurrente fueron los Backwaters. Habíamos leído mucho acerca de esta parte, pero hasta que no llegamos a a Alleppey (o Alappuzha) no nos dimos cuenta de su magnitud.
Los Backwaters son una enorme red de canales y lagos, todos navegables, que van paralelos a la costa, llegando en ocasiones a mezclar el agua dulce de los canales con el agua salada del Mar Arábigo. En total cubren una superficie de alrededor de 900 kilómetros cuadrados y son el corazón de la vida en la zona y es esto, la posibilidad de contemplar su estilo de vida, uno de los grandes alicientes de la visita. También nos dejó anonadados por su vegetación exuberante y sus hermosas palmeras. Y es que sus palmeras son otro de los signos de identidad de Kerala. De hecho, cuentan en la zona que el nombre viene dado por sus preciosos cocoteros; así su traducción sería la tierra de los cocoteros.
Sabíamos que queríamos perdernos por los canales y disfrutar de los paisajes y elegimos hacerlo de la mejor manera posible: pasamos un día maravilloso y una noche realmente mágica en una boathouse -o casa flotante- navegando por la vida en Kerala.
Si cierro los ojos puede ver perfectamente nuestra Kettuvallam, nombre que reciben las boathouse, anclada en el pequeño muelle, esperando para regalarnos uno de los mejores días y una de las grandes noches de nuestro viaje por India. Se trata de barcazas adaptadas a la navegación por los canales. Hechas en madera de forma artesanal, estas pequeñas casas flotantes son tan bonitas como cómodas.
Nos tocó un Ketttuvallam antiguo remodelado. Durante años nuestro barco se dedicó al transporte de arroz por los canales, pero según nos explicó Naik, nuestro capitán, cuando el turismo empezó a llegar a la zona, decidieron transformar su barco en un ketuvallam y he de decir que hicieron un trabajo fantástico.
Salimos a media mañana y pasamos un buen rato recorriendo cada uno de los rincones. La popa, por donde se subía al barco, era un salón al aire libre donde estaba nuestro comedor y una zona donde tumbarnos a ver como pasa la vida. Todo ello, cubierto por un techo de madera y exquisitamente decorado al más puro estilo hindú. Desde los laterales de nuestra terraza-salón se accedía a la proa del barco (la parte delantera) donde estaba la zona de la tripulación y justo en la punta, un par de tumbonas y una mesa para ser protagonistas de algunos buenos momentos. Una puerta al fondo de salón daba acceso a la zona de dormitorio y aseo. Todo limpio, agradable y listo para hacernos disfrutar de nuestro día en los Backwaters.
Tras dejarnos embaucar por el encanto de nuestro Kettuvallum nos sentamos en la proa del barco, cerveza bien fría en mano, y empezamos a levantar la cabeza y observar. Recuerdo a un hombre en un pequeño barco, a pocos metros de nosotros, que se afanaba por estibar unos fardos enormes; una mujer, vestida de un luminoso color turquesa, observaba la imagen mientras tendía largas telas de colores al sol; poco después, dos niños en una canoa nos pasaron remando al unísono, mientras nos miraban fijamente sin dejar de reírse.
Todas estas estampas iban acompañadas por enormes palmeras a la par de grandes arrozales, un paisaje frondoso y con tantos tonos diferentes de verde que parecen haber sido dibujados a acuarela. Perdidas entre el verde, pequeñas aldeas o casas aisladas daban vida a los canales. Una vida que discurre tranquila, al ritmo de la corriente calmada que mece los canales.
Una quietud que anidó en nosotros rapidamente. Con ese espíritu tranquilo pasamos el día hablando poco, mirando mucho, aprendiendo aún más y disfrutando del sencillo placer de ver pasar las horas. Lo regamos con cerveza fría, lo acompañamos de deliciosos platos de la zona y para culminar un día perfecto, vimos tumbados en la proa como el sol se escondía tras las palmeras tiñendo de naranja el verde intenso.
Una cena copiosa y rica, un buen rato de observación de estrellas y una gran sensación de paz fue la mejor forma de terminar el día. Después dejamos que el movimiento constante y monótono de nuestro barco nos adormeciera y nos llevara a soñar con sus canales y sus gentes. Nos despertó el sol y pudimos intuir, desde el balcón de nuestra habitación, como la luz iba devolviendo el verde al paisaje.
El desayuno estuvo a la altura del resto de las comidas y los paisajes y momentos que fuimos viendo a lo largo del paseo seguían copando nuestra atención. Nuestra travesía en una boathouse por los Backwaters solo tuvo un momento malo, cuando atracamos en aquel pequeño muelle y dimos por concluida la aventura.