A cuatro horas de Montevideo, se encuentran los balnearios preferidos de jóvenes uruguayos y argentinos que escapan de la civilización. Cuando llegué a Valizas, me sentía como en una comuna hippie: músicos en las esquinas, artesanías, comida vegetariana, poca luz y calles de arena. Cero lujos y bastante encanto.
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Dejé mi equipaje en un humilde hostal y me fui directo a la plaza de artesanos. Allí, las noches de verano siempre son viernes, no importa el día, la fiesta está asegurada. Aquella vez, una banda se encargó de poner la alegría al son de cumbias, mientras un grupo de niños se entregaba al baile. A los costados de la tarima de madera, las tiendas de artesanías adornaban el concierto.
Los espectáculos nocturnos pueden variar: títeres, malabares, cine, teatro, acrobacias. Se congregan artistas de diferentes países, los cuales reciben como pago la colaboración voluntaria de los asistentes. Un amigo uruguayo me contó que en algunos veranos, la famosa banda ‘4 Pesos de Propina’ estuvo dando shows gratuitos.
Al día siguiente, me levanté temprano para hacer la caminata al Cabo Polonio, un pequeño poblado tan remoto que no tiene luz eléctrica. Se sale por la playa de Valizas hasta encontrar un arroyo que, dependiendo la marea, es posible atravesarlo a pie o en lancha. Después viene un recorrido de subidas y bajadas por enormes dunas. En la orilla del mar, reposan leones marinos en profundos sueños.
La mitad del trayecto estuve acompañado de dos universitarias uruguayas. Siempre he dicho que lo mejor del ‘paisito’ es su gente porque te abren las puertas con calidez humana, son buenos conversadores, humildes, se dejan querer fácil, y nunca les faltará el mate para compartir. No pierdan la oportunidad de conocer a un uruguayo, o sino pregúntenle a Antoine Griezmann.
Luego de tres horas de caminata, el faro avisa el acercamiento a Cabo Polonio. El pueblo es adornado por casitas de madera, hamacas y banderas de muchos colores. Hay varios restaurantes, todos casi llenos en verano por la afluencia de turistas, con buena oferta de platos uruguayos. De almuerzo me comí una deliciosa milanesa al pan acompañada de una cerveza.
Tenía el tiempo medido porque a las seis de la tarde salía mi bus de regreso a Montevideo. Así que no pude ir al faro ni subir al mirador, aunque pasé un buen rato en la playa empedrada que lo antecede. El cielo estaba gris por lo que el paisaje se tornaba de una belleza melancólica.
Si bien puedo decir que estuve en Cabo Polonio, me quedé con muchas deudas. Me han dicho que las noches allí son espectaculares, para desvelarse viendo las estrellas. También me hubiera gustado pasar unos días ahí, sin tantas comodidades, recuperando un poco las simplezas de la vida. Espero volver algún día.
En mi regreso a Valizas, la caminata se me hizo más larga por la fatiga acumulada. Creo que no fue la mejor idea hacer el recorrido dos veces en un mismo día. La recompensa: un choripán, pasteles de berenjena y un jugo de naranja fresca mientras un grupo de músicos callejeros amenizaba con canciones de protesta.
La despedida de estas playas fue un precioso atardecer de tonos naranjas y violetas y como un sueño porque toca regresar a Montevideo y quien sabe desde allí para donde.