En pleno corazón de Roma, casi imbuido por los comercios, los cafés y la vida moderna, el Panteón sorprende a propios y extraños como un imponente edificio de otra época que parece haber sido mágicamente transportado hasta nuestros días.
Se trata del edificio mejor conservado de la Antigua Roma y esto se lo debemos, principalmente al emperador bizantino Focas, quien en el año 608 donó el edificio al Papa Bonifacio IV que lo transformó en Santa María de los Mártires, convirtiendo al Panteón en el primer templo pagano consagrado como iglesia cristiana, y salvándolo de la destrucción de la Edad Media.
El Panteón de Agripa original fue construido alrededor del año 27 a. C por iniciativa de Marco Vipsanio Agripa, yerno y buen amigo del emperador Augusto. Aquel primer templo fue destruido primero por un incendio (año 80 d.C.) y aunque se intentó una reconstrucción, 30 años después del primer incendio el templo quedo completamente hundido.
Fue el emperador Adriano, entre 123 y 128 d.C. quién ordeno la construcción de un nuevo templo en aquel lugar, pero al igual que con todas las obras que realizo durante su imperio, no quiso ponerle su nombre y decidió mantener el nombre original, Panteón de Agripa. Éste, el Panteón de Adriano, es la obra maestra que podemos contemplar hoy.
Se cree que el arquitecto principal del Panteón fue Apolodoro de Damasco, quien diseño un templo clásico con una gran sala circular y un pórtico rectangular. Este pórtico rectangular se conoce como pronaos y consta de 12 columnas, 8 en la fachada y 4 en los laterales. Sobre ellas descansa el friso que se cree estaba decorado con estatuas de bronce que se habrían perdido en el tiempo. En el interior, las imponentes columnas dividen el espacio y conducen al visitante hasta la puerta.
Al cruzar y encontrarse bajo la mayor cúpula de hormigón de masa de la historia (incluso mayor que la de San Pedro) el visitante se siente, indefectiblemente, muy muy pequeño bajo los asombrosos casi 44 metros de diámetro de esta cúpula semicircular. La técnica de construcción de esta enorme cúpula ha permitido que se mantenga intacta y sin necesidad de refuerzo durante diecinueve siglos y si las expectativas se cumplen, estará allí otros dos mil años más.
En lo más alto de la fabulosa cúpula sorprende un óculo de 9 metros de diámetro que constituye la única entrada de luz en el templo y del que Brunelleschi comento, cientos de años después de su construcción, que no conseguía entender por qué no se caía.
Una vez que se consigue despegar la vista de la cúpula, nos aguarda otra bella sorpresa: la rotonda. El primer nivel de la rotonda tiene siete pequeñas salas semicirculares o exedras, enmarcados por columnas a lo largo de todo el perímetro. El segundo nivel consta de una serie de ventanas que dan a una galería que recorre todo el perímetro por debajo de la cúpula. También podemos observar como el pavimento de la rotonda fue construido con caída. Así, el centro, justo bajo el óculo está treinta centímetros más alto que los laterales para permitir la evacuación del agua que entra por el óculo en los días de lluvia.
Si no fuera porque es casi imposible contemplarlo en soledad, puesto que anda siempre cargado de turistas, el Panteón crearía la sensación de un espejismo, el fruto de algún tipo de delirio que induce a los visitantes a creer que se está soñando con tiempos pasados. Continúa después de dos mil años sorprendiendo.