Conocer el Coliseo Romano

El Coliseo de Roma y yo, una historia de amor

Hay lugares especiales por su grandeza, por su belleza o quizá por ambas cosas. Lugares que nos hacen sentirnos pequeños, casi insignificantes y al mismo tiempo nos regalan el privilegio de poder contemplarlos.

Aquí te dejamos nuestra galería de imágenes del Coliseo de Roma:

Este es un sentimiento que siempre he tenido cuando he visto grandes monumentos naturales. Sentirse un grano de arena en un gran desierto, una gota de agua en una catarata o una simple hormiga a la sombra de una gran cumbre… y me siento afortunada por haber tenido el placer de ser embebida por estos grandes espacios.

Aunque no son muchos también hay un puñado de lugares creados por la mano del hombre que despiertan en mi esa misma sensación, siendo el Coliseo de Roma el lugar que, sin duda, más me ha impactado en la vida.

Con unos tiernos 16 años, disfrutando de esa tendencia natural en la infancia y adolescencia de dejarse sorprender, en el viaje de fin de curso de 3º de BUP (porque soy de la generación de la EGB y el BUP) visitamos Roma durante cuatro días. Vimos todos los grandes de la ciudad y un buen número de ruinas e iglesias, pero en mi ignorancia de entonces a penas si preste atención a todo aquello. Creo que, por eso, solo recuerdo con claridad las risas con mis compañeros, las fiestas nocturnas en el hotel, las siestas en el bus camino de las excursiones e incluso las broncas de los profesores, pero de la Fontana de Trevi, la Plaza de España o la Plaza Navona, por poner solo unos cuantos ejemplos, los recuerdos que tengo son siempre de viajes hechos a Roma después de aquella primera visita. Y así me ocurre con todos los grandes de Roma, excepto con el Coliseo.

Que ver en Roma

Recuerdo con nitidez la primera vez que lo vi. Recuerdo a Eva, a mi lado, comentando entre risas que en esa ciudad todo estaba viejo y cochambroso. Recuerdo no contestar, no ser capaz de hacerlo por estar, literalmente, embobada contemplando aquel lugar y dejando que su magia paralizara el tiempo a mi alrededor.

Sé que me separe de mis amigos para acercarme al profesor. Sé que me sorprendí a mi misma haciendo caso omiso de sus bromas y burlas, decidida a saber más sobre aquel imponente edificio. A partir de ese momento no me aparte de Don Luis, nuestro profesor de Arte, y creo que él estaba tan sorprendido como yo con mi actitud.

Nunca he sido una mala estudiante, pero siempre fui perezosa. Modestia aparte, tengo facilidad para aprender y consciente de eso, mi esfuerzo era siempre el justo para ser una chica “notable” y soy consciente de que hubiera podido ser una “sobresaliente” de haber estado dispuesta a esforzarme algo. Supongo que esta es la razón por la que Don Luis me miraba estupefacto mientras me colocaba a su lado con cara de ¡cuéntame más, por Dios!, aunque de eso me he dado cuenta con el tiempo…

Primero dimos la vuelta por el exterior para apreciar sus dimensiones, 189 metros de largo por 159 de ancho.  Fue construido en el siglo I d.C , por lo que lleva en pie casi 2.000 años y si hoy me parece algo increíble, entonces me pareció fruto de la Ciencia Ficción. Don Luis nos fue contando que la fachada del Coliseo está dividida en 4 plantas, que no se corresponden con la división interior, tres de ellas están formadas por 80 arcos cada una y la última es una pared ciega con pequeñas ventanas cada dos arcos.

Terminamos el recorrido por el exterior y, por fin, llego el momento de cruzar sus puertas. Era entonces -y soy ahora- una persona expresiva, una de esas a las que se nos dibuja en la cara lo que nos está pasando por la cabeza, por eso se que la sonrisa que recuerdo en la cara de Don Luis, socarrona y condescendiente, obedecía a la cara que yo debía tener cuando contemple por primera vez el gran Coliseo Romano por dentro.

Conocer Roma

De repente, mientras lo miraba, fui capaz de imaginar el estruendo que formarían 50.000 personas viendo la lucha a muerte entre gladiadores o disfrutando de una gran batalla naval. Observe la división de las gradas y escuché como el dinero, el poder y el estatus eran los encargados de decidir quien se sentaba en cada espacio. Cuanto más cerca de la arena, más rico y poderoso se era. Arriba del todo, las mujeres pobres que hace 2.000 años eran el último mono social (y aún hoy seguimos luchando por dejar de serlo).

Recorrimos los vomitorios, los amplios pasillos de acceso a las gradas y hubo un dato que me llamo especialmente la atención: el Coliseo podía ser evacuado en menos de 5 minutos. Llegamos al gran escenario, a la arena. En su momento era un gran suelo de madera cubierto de arena con trampillas y escaleras que podían ser usados en los espectáculos, pero no quedaba nada de aquello y a través de pasarelas se podía observar desde arriba el hipogeo. Esto es un entramado de túneles y celdas donde estaban los animales, los gladiadores o los condenados. Todos aquellos que iban a ser después las estrellas del evento esperaban allí su momento de gloria.

Salimos del Coliseo por la misma puerta y me volví para observar de nuevo su magnificencia. Entonces no sabía todo lo que hoy se sobre la construcción de aquel edificio, pero era consciente de dos cosas, una era que estaba contemplando una de las obras maestras del Imperio Romano y la otra que mi futuro ya estaba decidido. El Coliseo despertó en mi una vocación inesperada y con el único deseo de entender cómo habían podido construir semejante maravilla, aquel día decidí convertirme en arquitecto.

Hoy, 25 años después, se como construyeron el Coliseo y hasta que punto fueron inteligentes, ingeniosos e innovadores y trato de aportar un poco de todo eso en cada uno de mis proyectos. No se que hubiera sido de mi si el viaje de fin de curso lo hubiéramos hecho a Tenerife, pero lo que tengo claro es que el Coliseo fue mi primer gran amor y hoy soy lo que soy gracias a él.

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