Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, esta pequeña ciudad francesa es la ciudad medieval más grande y mejor conservada de todo el continente. Eso, su encanto y su belleza la convierten en una escapada imprescindible.
La ciudad está dividida por el río Aure, en una orilla la Bastide de Saint Louis y en la otra la Cité (Ciudadela Medieval) ambas unidas por el maravilloso Puente viejo, con sus doce arcos, sus más setecientos años de historia y una panorámica excepcional de la Cité.
La Ciudadela Medieval es la razón principal para visitar Carcassonne y, por tanto, el primer destino de todo viajero. La preciosa ciudad que podemos ver hoy es fruto de la restauración completa que se realizó en el siglo XIX de la mano de Eugene Viollet-le-Duc.
Lo primero que impresiona son sus murallas, dos murallas concéntricas con 52 torres que se pueden recorrer a pie por la parte alta, y 3 kilómetros de paseo que se convertirán en un precioso recuerdo de Carcassonne.
Los puntos cardinales señalan los cuatro accesos al interior de la ciudad. Hay una de ellas, flanqueada por dos enormes torres y precedida por el clásico puente levadizo, que siempre será la puerta principal: la Puerta de Narbona. Y justo a su lado, la gran Dama Carcas que da nombre a la ciudad.
Una vez dentro es cuando Carcassonne despliega todo su encanto. Se trata de perderse por el laberinto de calles angostas y empedradas. Consiste en dejar que sus pequeños barrios gremiales, sus coquetas casas de piedra, los entramados de los muros y las flores de los balcones hagan su magia y transporten al viajero a tiempos pasados.
Será un paseo animado y lleno de turistas, no en vano es uno de los lugares más visitados de Francia. También será imposible aburrirse entre preciosas -y carísimas- tiendas de artesanía, restaurantes con encanto y cafés decorados con gusto.
Toda la Cité es excitante y hermosa, pero quizá merece la pena destacar la Plaza Marcou como el centro de la vida de Carcassonne, la plaza donde pasan las cosas y por la que siempre se cruza. El lugar perfecto para una gran cena.
En los recorridos por la ciudad hay muchos edificios hermosos y antiguos, pero hay dos espacios que destacan sobre todos los demás y a los que hay que dedicarles una visita.
El Castillo Condal es una fortaleza dentro de otra. Pegada a la muralla exterior, el recinto del castillo tiene sus propias murallas, 9 torres, plaza de armas, foso, puentes, museos… todo un mundo de historias, recuerdos y guerra.
El otro grande es, sin duda, la Basílica de Saint-Nazaire. Se trata de una basílica gótica y una de las impresionantes de toda Francia, Llamarán la atención las vidrieras, de las que no diremos nada para no enturbiar la sorpresa. Y, por supuesto, las gárgolas para las que hay que ir preparado si no se quiere tener pesadillas durante días.
La Bastide de Saint Louis, la otra parte de la ciudad es una visita encantadora, que si no tuviera de vecina a la maravillosa Cité, resultaría aún más bonita y gratificante. Quizá, el único problema de este gran barrio es que nunca podrá competir con su vecina.