Un viaje a Canadá es siempre una aventura. No solo es un país enorme, también es prácticamente salvaje y a la vez uno de los países más modernos del mundo. Por un lado extensiones inmensas de montañas, bosques y lagos apenas pobladas y por el otro ciudades tan cosmopolitas como Montreal o Quebec. Para mi mujer y para mi, además de un viaje muy deseado también era todo un reto: habíamos decidido viajar a Canadá en invierno.
El invierno allí no es moco de pavo. Estamos hablando de visitar una ciudad con temperaturas bajo cero durante todo el día, donde o llevas la ropa apropiada o se te pueden congelar hasta las ideas. Pero como apasionados de la montaña y la nieve, decidimos que si íbamos a cruzar el charco y visitar Canadá había que hacerlo cuanto está completamente teñida de blanco.
Fue una gran decisión. El frío es un enemigo poderoso pero las prendas térmicas son su talón de Aquiles, por lo que yendo bien equipado, el frío pasa a ser un compañero de viaje que aporta un aura diferente a todo. Gracias al Goretex y el Polartec, nosotros disfrutamos de diez días estupendos en Quebec.
Nos encantó la vieja Quebec, cuna de la América francesa. El barrio de Pettit- Champlain, la place Royale o las llanuras de Abraham, cubiertos por un buen manto de nieve y conservados a temperaturas extremas son encantadores; igual que el edificio del Parlamento o el célebre Château Frontenac, el hotel más fotografiado del mundo. También salimos a la montaña, esquiamos, viajamos en trineo tirado por perros e hicimos un par de rutas con raquetas. La naturaleza en Quebec es apabullante por hermosa y por grandiosa.
Fue un viaje realmente redondo y terminó con una de las experiencias más curiosas de nuestra vida: pasar la noche en un hotel de hielo. ¡Completamente fabricado en hielo! Todo, desde los vasos hasta las camas o las sillas están hechos a base de hielo y nieve. La primera semana con temperaturas medias por debajo de los -5 grados, comienza la construcción de este hotel, que abre sus puertas a principios de enero y comienza a derretirse tres meses después.
Más de quince años llevan levantando cada año un hotel de hielo con más de 40 habitaciones para que durante tres meses se convierta en una de las grandes atracciones de la ciudad y después dejar que, sencillamente, se derrita.
La primera impresión que causa el Hotel Le Glace (Hotel de hielo) es asombro. Verdaderos monumentos de arquitectura efímera, como reza uno de los folletos publicitarios. Diferentes edificios en un gran complejo que además de habitaciones dispone de bar o capilla, entre otras cosas.
Nuestra experiencia comenzó a media mañana, cuando llegamos a las puertas del hotel. Con el paso de los años este hotel se ha convertido en una gran atracción en la ciudad y nosotros pudimos apreciarlo de primera mano. El bar estaba repleto de visitantes que tras abonar la correspondiente entrada, se pasean por las estancias del hotel disfrutando de esplendidas construcciones en hielo y nieve.
Pasamos un buen rato observando el trasiego constante mientras disfrutamos de un gin-tonic en un vaso de hielo, sobre una mesa de hielo, sentados sobre sillas de hielo cubiertas con pieles de animales-que son el aislante perfecto-, todo ello a una temperatura media de -3 grados, imprescindible para que el hotel se conserve en perfecto estado durante toda la temporada.
Después decidimos salir a comer, pero no si antes darnos una vuelta por el hotel para seguir admirando lo que esta gente es capaz de hacer con el hielo. Nos dirigíamos a la capilla cuando vimos llegar un cortejo nupcial. La novia, con la cara de emoción propia de toda novia, iba fuertemente agarrada de quien, supusimos, debía ser su padre mientras tomaban el pasillo de la capilla y dirigiéndose con paso firme al altar. No nos pareció apropiado entrar en la capilla, no estábamos invitados al evento, aún así, pudimos ver muchos de los hermosos detalles-en hielo- que adornan este efímero templo.
Tras la comida, nos dimos un estupendo paseo por Quebec con la intención de decir adiós a una ciudad de la que nos llevábamos maravillosos recuerdos. Regresamos al hotel a tiempo para hacer una visita guida que habíamos contratado. Ya se que suena extraño eso de una visita guiada por un hotel, pero para nosotros fue toda una experiencia. Te enseñan mucho acerca de las construcciones en hielo, de como se hacen y esculpen todos los detalles que adornan cada rincón del hotel.
Después llego el turno de la cena de hielo. Buena comida y un asombrosamente cálido ambiente en un restaurante con temperaturas bajo cero. Era nuestra última cena en Canadá y fue perfecta. Al igual que el “espacio nórdico de relajación”. Se trata de spa y sauna exterior, con agua caliente, y una zona exquisitamente decorada donde relajarse y dejarse mimar por el frio. Reconozco que me sorprendió la experiencia de sumergirnos en agua caliente y burbujeante con una temperatura que estaba casi en los 20 grados bajo cero.
Tras un gran día, llego el momento de irnos a nuestro iglú de lujo. Las habitaciones estándar, como la nuestra, tienen todas las comodidades que se necesitan, todo esta hecho en hielo y la calefacción no existe. Mi mujer temía que eso de dormir a temperaturas bajo cero podía no ser una idea muy brillante, pero estaba equivocada. Aunque parezca difícil de creer, la decoración y el gran saco de dormir nórdico le daban a la habitación una calidez inesperada para un lugar construido en hielo. Nos acostamos en la total oscuridad y el silencio absoluto que aporta el hielo, que resulta ser un excelente aislante para la luz y el ruido, calentitos gracias a nuestro saco nórdico y rodeados por toda la magia de un lugar único.
A la mañana siguiente y tras un copioso desayuno, nos despedimos de Canadá, de Quebec y del Hotel Le Glace, sabiendo que todo ello iba a pasar a ser uno de nuestros grandes recuerdos.