Mi marido dice que todo esto forma parte de mi crisis de los cincuenta y yo no me atrevo a negarlo. No es que haya sido un problema para mi lo de cumplir cincuenta, soy de esas personas que opinan que todas las edades tienen sus momentos y que cualquier momento es bueno para buscar nuevas inquietudes, es que además creo que ir haciéndose mayor es un verdadero privilegio. Pero lo cierto es que en mi último cumpleaños me reencontré con una antigua pasión y sea por la crisis de los cincuenta o no, estoy encantada de haberlo hecho.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que visite el Parque de Atracciones de Madrid. Tenía doce años y era mi primera visita a la gran ciudad. Me pareció apasionante y muy diferente de Ávila, la ciudad donde nací y me crié. Y si la ciudad me gustó, el parque me volvió completamente loca.
La noria, el laberinto, la montaña rusa, pero sobre todo el ambiente, la música y el color. A veces el recuerdo es tan vívido que me parece estar escuchando la algarabía mientras devoro un algodón de azúcar… sin embargo han pasado ya treinta y ocho años.
Después de aquella vez y a pesar de que me gustó muchísimo, jamás había vuelto a un parque de atracciones y tampoco había pensado mucho en ello hasta que mi sobrina y sus maravillosos 15 años decidieron que era una idea fantástica regalarme un día en su compañía en el Parque de Atracciones de Madrid para mi cumpleaños.
Pasar un día con cualquiera de mis sobrinos es siempre una buena idea; que mi sobrina adolescente quisiera pasar un día conmigo ya era un regalo en sí mismo y volver a aquel parque una gran ilusión. Fue un día fantástico, emocionante y muy divertido y debo decir que todas esas atracciones que te ponen el estómago del revés despertaron en mi una pasión olvidada.
Así un domingo por la mañana sorprendí a mi marido -y a mi misma- proponiendo un viaje a Paris, no para ver la Torre Eiffel o el Museo de Louvre, no. Un viaje a Paris para pasar un par de días en Eurodisney. Paco me miró como si estuviera loca y siguió leyendo el periódico pensando que aquello no era más que una broma.
No volví a sacar el tema en unos días pero llame a Viajes Oceanic 2000 decidida a hacer realidad la ilusión infantil de una cincuentona. Prepararon para nosotros el viaje perfecto, dos noches en Paris, para evitar quejas de Paco, y dos noches en Eurodisney. Con este plan volví a la carga el domingo siguiente. Aunque volvió a mirarme como si estuviera loca y fue cuando me dijo que este viaje formaba parte de mi crisis de los cincuenta, se mostró encantando de acompañarme en mi viaje a la infancia y agradeció que hubiera incluido dos noches en Paris, aludiendo que sería la parte adulta del viaje.
Paris es maravillosa, pero eso lo sabe todo el mundo. Paco disfruto mucho de Paris y yo también, pero me moría de impaciencia por llegar al mundo mágico de Eurodisney, aunque debo reconocer que me sentía rara cuando, por fin, cruzamos la puerta de Disneyland Paris. Allí estábamos dos cincuentones dispuestos a sentirnos niños durante 48 horas.
Lo primero que nos encontramos fue Main Street y habiendo visitado Estados Unidos, hay que decir que te transporta de verdad a un pueblecito americano. Cuando llegamos al final de la calle y vimos ese castillo de cuento de hadas, mire a Paco y al ver su expresión supe que, como yo, se había dejado 40 años en la puerta.
Empezamos recorriendo Discoveryland y tras dar una vuelta nos decidimos a probar con una aventura en 3D de la Guerra de las Galaxias. Nunca había visto algo así y la sensación es tan real que, al principio, asusta un poco. Aunque para sustos y emociones la Star Wars Hyperspace Mountain, que nos dejó sin palabras y con ganas de mucho más.
Tras una buena dosis de adrenalina nos vino perfecto recorrer Fantasyland. Paseamos con los ojos como platos, mirando con cariño y un poquito de envidia a los niños de verdad y su cara de auténtica y pura felicidad. Tratando de que se nos pegara un poco de todo aquello nos subimos en unas coloridas tazas gigantes a dar vueltas y nos reímos como hacía tiempo. Después volamos a Nunca Jamás de la mano de Peter Pan. El niño que no quería crecer llevaba de la mano a dos mayores deseando volver a ser niños.
Con las pulsaciones en un nivel aceptable llegamos a Aventureland y volvimos a ponernos a cien con Indiana Jones o Piratas de Caribe. En Frontierland, a bordo del Thunder Mesa Riverboat, un viejo barco de vapor, recuperamos el aliento para meternos primero en la Phantom Manor y dejar que nos dieran unos cuantos buenos sustos y después en la emocionante Big Thunder Mountain.
Ya era de noche cuando estábamos de nuevo en la gran plaza, con el castillo iluminado de fondo y una cabalgata de personajes en grandes carrozas haciendo el famoso desfile. Nunca imagine que aquello fuera a gustarme tanto, y eso que quitando a los clásicos -Blancanieves, Cenicienta etc- al resto de personajes ni los conozco.
El segundo día fue para el Walt Disney Studios con una emoción fuerte tras otra. Trepidante el RC Racer y sus 25 metros de alto, aunque sin llegar al Rock ‘n’ Roller Coaster, que te pone a 100 km por hora en 3 segundos al ritmo de Aerosmith. Después llegó el turno de una de las atracciones más impactantes la Tower of Terror, de la que no os cuento nada porque esta hay que vivirla. La última del día fue un gran viaje por el océano a bordo del Crush’s Coaster, que fue tan bonito como emocionante.
Aún tuvimos tiempo para unas cuantas sorpresas más, pero quizá es mejor no contarlo todo y dejar que la magia de Eurodisney os sorprenda.
Fueron dos días inolvidables que dedicamos a recorrer Disneyland Paris intentando mirarlo todo con la mirada inocente de un niño y dejar que el encanto, el ambiente y las sensaciones nos transportaran a una nueva infancia. Fue tan emocionante como divertido, además de una de las experiencias más mágicas de nuestra vida.