Viajar a la República Democrática del Congo es toda una aventura. La riqueza natural de este enorme país abarca todo tipo de paisajes y ofrece al viajero grandes volcanes, selvas frondosas, hermosas montañas, ríos salvajes e impresionantes cascadas, todos ellos poblados de vida y emociones. Vale la pena decir que es uno de los pocos lugares del planeta donde aún podemos ver gorilas en libertad. Todo un privilegio. Son muchas las razones para atreverse a visitar el Congo Belga y una de ellas es, sin duda, su capital.
Kinsasa es una enorme urbe africana con más de nueve millones de personas y es una ciudad de contrastes; por mencionar solo uno diremos que aún estando entre los diez países más pobres es, al mismo tiempo, una de las capitales más caras del mundo.
Para visitar Kinsasa hay que saber que son dos ciudades en una. Por un lado La Ville, también conocido como el distrito de La Gombé, centro administrativo, político y económico de la ciudad y que se corresponde con lo que fue el centro de Leopolville mientras fue una colonia de Bélgica. Luego está el resto de la ciudad que comprende más de 20 distritos enormes donde reside la auténtica alma africana de Kinsasa.
Todo viajero debe comenzar con La Gombé, principalmente, porque será también donde este su alojamiento, ya que es la zona de la ciudad que alberga los hoteles turísticos. En un barrio donde en algunos momentos casi se puede olvidar que se esta en una ciudad africana. Tiendas, restaurantes, boutiques o cafeterías entre bonitos edificios de la época colonial o grandes construcciones como el Palacio de Nación.
Pero si hay una visita que va a mostrar al turista la verdadera cara de esta ciudad, esa es Le Grand Marche, el gran mercado central. Grande, vivo, bullicioso e increíble, en este mercado el regateo es casi obligatorio. Se puede encontrar desde un cocodrilo vivo hasta obras de arte en madera, ropa, música o cualquier cosa que se pueda imaginar para comer. Pero más allá de lo que se ve o se compra esta el ambiente, tan peculiar y atrayente que no hay palabras que lo describan bien, se trata de uno de esos lugares en los que hay que perderse.
Tras la Kinsasa mas occidental y la más africana, aún nos queda Matonge, la cuna del arte congoleño. Se trata de un barrio humilde y trepidante, lleno de gente, música, tenderetes de comida y arte por todas partes. Pintores, escultores, escritores, poetas e intelectuales pueblan y animan las calles del barrio, siempre alegres y abiertas al mundo. Muchos dicen que la conocida mundialmente Academia de Bellas Artes de Kinsasa, que tantos genios ha dado, no es más que el fruto del ingenio del congoleño que sabe ponerle al “mal tiempo buena cara” y darle la vuelta a su infortunio para convertirlo en futuro.
Aún quedan visitas tan necesarias como el Jardín Botánico, el Puerto, el Museo Nacional o la Universidad, pero sobre todo aún queda por hacer algo imprescindible, ir a una misa de domingo en Kinsasa. Con una mayoría cristiana, bien sea católica o protestante, los oficios de los domingos son una maravillosa mezcla de fe, devoción, emoción, diversión y jolgorio. Se sea creyente o no, es todo un espectáculo.
Kinsasa no se ha terminado, nunca lo hace. El visitante se marchará sabiendo que solo ha visto la punta del iceberg y la verdadera alma de la ciudad permanece escondida tratando de despertar la curiosidad suficiente como para obligar al viajero a volver.