Muy al contrario que a Jorge, a mi me gustan las vacaciones sencillas. Él siempre está pensando en destinos lejanos y exóticos, loco por conocer y vivir nuevas culturas, deseoso de empaparse de nuevas tradiciones y probar nuevos platos. Para Jorge un viaje de placer consiste en echarse la mochila al hombro, comprar el billete de avión con la mejor relación precio por kilómetro que encuentre y viajar a algún lugar desconocido con todo un mundo de aventuras e incertidumbres por delante.
Me enamoré de una mente intrépida y estos viajes son consecuencia de ello. Yo disfruto a su lado conociendo nuevos lugares y alucino con la de cosas y personas hermosas que encuentras mientras haces el camino, pero hay ocasiones en que lo que realmente necesito son unas vacaciones sencillas. Hay veces que lo que el cuerpo me pide es descansar y apagar la mente mientras dejo que el sol me tueste la piel.
Por todo eso, nos turnamos para elegir vacaciones y las últimas corrieron de mi cuenta. Se que no es muy fashion ni muy cool, pero yo elegí pasar un par de semanas en Roquetas de Mar. Elegí un par de semanas de playa, cervezas en el chiringuito, paseos al atardecer y cenas tranquilas. Cuando se lo dije, Jorge fue muy expresivo: quince días en bañador y chanclas, ¡te quiero mi amor! Siempre dice algo parecido cuando toca hacer “mis” vacaciones y no se si es por amor-aunque a mi me gusta pensar que si- o por resignación, pero lo cierto es que se relaja y solemos disfrutar tanto como cuando cruzamos medio mundo.
Roquetas no ha iba a ser una excepción. El hotel era perfecto. Pequeño, coqueto, con un buen restaurante, piscina y muy bien situado. Los primeros días los pasamos entre la playa y la piscina, con un buen libro y una cerveza fría bajo la sombrilla. Relajados, tranquilos y la mar de felices. Pero después de la primera semana empecé a ver en Jorge las primeras señales de nerviosismo.
Es algo que suele pasarle. Tras unos días haciendo nada, mi querido compañero comienza a ponerse nervioso. Al principio es algo muy sutil. Se queda horas con la mirada perdida y comienza a mover las manos o los pies al ritmo de una melodía que solo está en su cabeza. Después llega el turno de las quejas, cosas como que hoy hay mucha gente o qué calor hace o esta cerveza esta calentorra. Son días en que la cena no suele estar buena o en el restaurante hay demasiado ruido. Cuando llega el momento de irnos a dormir es cuando suele dejar que afloren sus nervios, torpemente ocultados durante el día, y la cosa suele terminar planeando alguna actividad trepidante para el día siguiente. Se lleva su dosis de adrenalina y aventura y ya tenemos vía libre para unos cuantos días mas disfrutando del placer de no hacer nada.
Por eso, esta vez, en cuanto note las primeras señales de su nerviosismo, decidí que era el momento de decirle que estas vacaciones venían con sorpresa. No le dí muchas explicaciones, sobre todo con el ánimo de mantener el interés, solo le dije que al día siguiente nos esperaban un buen número de emociones fuerte. Paso el día mirándome de reojo y sonriendo, preguntándose y preguntándome por detalles o pistas de lo que fuera que nos esperaba.
Cuando a la mañana siguiente nos plantamos en la puerta del Aquarium de Roquetas vi en los ojos de Jorge una cierta decepción, aunque no dijo nada. No podía imaginar que nos estaba esperando una de las actividades más emocionantes que habíamos hecho.
Comenzamos la visita por el tanque tropical de agua dulce y vimos cientos, casi miles de peces diferentes de mil colores nadando en una barrera de coral. De ahí pasamos al tanque oceánico. Más de 700.000 litros de agua de mar y un sin fin de túneles y formaciones son el hogar de un buen número de hermosos tiburones.
En este punto la cara de Jorge si reflejaba su entusiasmo y eso que no se imaginaba nada de nada. Continuamos la visita conociendo nuestro Mar Mediterráneo y sus fondos de posidonia y rocas además de las muchas especies que nadan en sus aguas. Vimos meros, congrios, morenas y un montón más de peces.
Llegaba el momento de la primera sorpresa, el tanque de rayas. Aquí nos permitieron acariciar a estos curiosos animales, acercarnos a ellos y sentir la textura de su piel. Salimos del tanque emocionados y ansiosos. Por un lado encantados de haber tenido la oportunidad de interactuar con estos fabulosos animales y por el otro con ganas de más, de mucho más.
Así llego el momento de meternos en la jaula. Mientras nos dirigíamos a las instalaciones Jorge me miraba con una expresión de sorpresa y entusiasmo, no tenía ni idea de lo que le esperaba pera estaba encantado. Llegamos hasta una sala donde los monitores de la actividad nos dieron las instrucciones necesarias para lo que íbamos a hacer.
Yo ya lo sabía y lo cierto es que no preste mucha atención, no podía dejar de mirar como iba cambiando la expresión facial de mi compañero de fatiga. Cuando por fin entendió que estábamos a punto de meternos en una jaula y sumergirnos en el tanque de los tiburones, su cara era un poema. Una mezcla de sorpresa, entusiasmo y miedo que podía comprender perfectamente, porque excepto por la sorpresa, el entusiasmo y el miedo también anidaban ya en ánimo.
De la experiencia no voy a contar mucho, ha sido una de las grandes experiencias vividas hasta el momento y creo que no debo romper la magia de aquel momento intentando describir algo indescriptible. Solo diré que la sensación de compartir el espacio de estos grandes peces y poder observarles de cerca es única y que merece la pena vivirla una vez en la vida, porque hay sensaciones irrepetibles y esta es una de ellas.