Durante muchos años, mientras los niños fueron pequeños, más que viajar cada año hacíamos un veraneo. Nos íbamos casi siempre a la playa, a descansar, a que los enanos se divirtieran y olvidarnos de todo. Cuando crecieron y empezaron a no querer ir con sus padres a ningún lado, no te voy a decir que no nos diera un poco de pena, pero la verdad es que vimos que nuestro momento había llegado por fin.
Fue entonces cuando empezamos a viajar. Desde entonces, han pasado ya más de diez años y hemos tenido la fortuna de visitar un buen número de lugares hermosos. Pero este último ha sido muy especial por tres razones. Ha sido nuestro primer viaje jubilados, ha sido un regalo de nuestros hijos y ha sido el primero en el que hemos tenido que utilizar el seguro de viaje.
Lo de jubilarse es una gozada. Mi marido lo hizo hace mas de un año y todos estos meses en los que me he tenido que levantar mientras él se quedaba en la cama, han sido un infierno. Pero se acabó, ahora nos quedamos durmiendo los dos.
Que los chicos nos sorprendieran con este viaje, fue un detalle genial y nos hizo sentirnos muy orgullosos de ellos. Que al final pasara lo que pasó no empaña ni un poquito uno de los viajes más bonitos de nuestra vida.
El destino que nuestros hijos eligieron fue Jordania y no fue casualidad. Habíamos hablado muchas veces de visitar Petra, así que sabían que iban sobre seguro. Además contaron con la ayuda de Sergio de Viajes Oceanic 2000, que después de tantos años es más un amigo que un “agente de viajes”.
Y a todos tenemos que agradecerles que lleváramos un buen seguro de viaje.
El viaje era un tour de una semana por Jordania. La primera noche la pasamos en Amman, una ciudad apasionante. Al día siguiente visitamos la ciudad de Jerash y sus ruinas romanas y nos fuimos a dormir a Madaba, donde disfrutamos de los mosaicos más famosos del país.
El tercer día nos fuimos al Mar Muerto y alucinamos en unas aguas en las que es imposible hundirse. El cuarto día llegamos a Petra y allí pasamos dos días y dos noches. No tengo palabras para describirlo así que no voy ni a intentarlo, solo diré que hay que verlo.
Nos despedimos de Petra con pena, pero el desierto de Wadi Rum nos regalo uno de los atardeceres más bonitos de nuestra vida. Al día siguiente llegamos a Aqaba para pasar la última noche en la playa, en el Mar Rojo.
Después de una semana fantástica ninguno de los dos podíamos imaginar que íbamos a terminar el viaje en el hospital. La cosa es que, después de un rato de playa y un paseo por el pueblo, subimos a la habitación para darnos una ducha y salir a cenar. Allí estaba yo, recogiendo ropa y preparando maleta mientras escuchaba a mi marido desafinar en la ducha, hasta que de repente, ¡cataplof! Y se acabó la canción.
Ahora me parece hasta gracioso que algo tan simple como una caída en la ducha nos hiciera terminar el viaje en el hospital, pero en su momento me llevé un buen susto. Cuando entré en el baño estaba allí, sentado en el suelo de la ducha, pálido como el mármol sujetándose el brazo con cuidado.
Llamé a la recepción del hotel y les conté lo ocurrido, para mi sorpresa y alivio hablaban español y tenían un servicio médico en el hotel. Cuando el médico llego a la habitación, exploro el brazo de mi marido y lo primero que pregunto, fue si teníamos un seguro de viaje ¡Gracias a Dios! Allí estaban los papeles del seguro, junto a toda la documentación del viaje. Tal y como Sergio se la había entregado a los chicos.
El médico me explicó, a través del personal del hotel, que mi marido necesitaba una radiografía porque creía que tenía rota la muñeca. Así que me puse en contacto con el seguro Win Basic. Menos mal que el teléfono de asistencia viene bien claro y bien fácil de encontrar porque mi estado de nervios en aquel momento no me permitía pensar con toda la claridad que hubiera debido.
El tema es que llamé y me atendieron rápido. Les explique lo que había sucedido, donde estábamos y que había que ir a un hospital para hacer una radiografía. Fueron realmente amables y lo hicieron todo muy sencillo. Nos indicaron a qué hospital debíamos dirigirnos y como teníamos que proceder. Yo estaba muy preocupada porque nuestro vuelo salía al día siguiente a primera hora y temía que pudiéramos perderlo por esto. Me explicaron que no debía preocuparme. En el caso de que, por razones médicas no pudiéramos volar al día siguiente, ellos se encargarían de todo.
En el hospital, al que nos acompañó una persona del hotel para ayudarnos a entendernos, le hicieron la radiografía y comprobaron que, efectivamente, la muñeca estaba rota. Tuvieron que escayolar y le dieron unos calmantes para el dolor. Lo único que tuvimos que hacer fue hacer constar los datos de nuestro seguro en los formularios del hospital, tal y como me habían explicado por teléfono.
Regresamos al hotel en poco más de 2 horas. Mucho más tranquilos y ahora si, bastante hambrientos. Pedimos que nos subieran algo a la habitación y cenamos, yo algo compungida aún por los nervios y mi marido dolorido y un poco avergonzado, ¡a su edad y bailando en la ducha!
Pero todo salio bien y a pesar de los pesares tuvimos bastante suerte. Nuestro accidente fue la última tarde del viaje, de modo que pudimos aprovechar las maravillas que ofrece Jordania. Y aunque mi marido aún sigue con su escayola y aún padece de ciertas molestias, lo cierto es que nos hemos reído bastante contando nuestra aventura.
Nosotros nunca lo hemos dudado y siempre hemos viajado con seguro, contratándolo con la confianza de no tener que usarlo y con la tranquilidad de que, pase lo que pase, estamos cubiertos. Pero mis hijos, cuando se enteraron de lo ocurrido, nos confesaron que lo del seguro no fue cosa suya, que fue Sergio quien les convenció con una sencilla frase: llévalo siempre para no usarlo nunca.