Transiberiano

Mi Transiberiano “low cost”, una experiencia diferente

Mi obsesión por los viajes en tren nació hace muchos años, cuando solo había dos cadenas y lo de hacer “zaping” era muy fácil. Entonces me encantaban las novelas de Agatha Christie y recuerdo la emoción cuando supe que aquella noche iban a echar Asesinato en el Orient Express, con el genial Hercules Poirot como protagonista. En aquella época yo era más fan de Mrs. Marple y aún no había leído aquel libro, supongo que por eso la película me gustó tanto y la idea de hacer grandes viajes en tren se convirtió en poco menos que una obsesión.

Me hice mayor, comencé a viajar y aún no he parado. Y aunque mi pasión por los viajes en tren fue saciándose con multitud de hermosos y épicos viajes en los trenes más variopintos del mundo, siempre he tenido una espinita clavada en mi alma viajera: el transiberiano. Durante muchos años ha sido una espina difícil de sacar, ya que lo que iba conociendo de ese viaje pasaba por un presupuesto muy por encima de mis posibilidades.

Pero hace un par de años, la primera vez que visite Rusia, hicimos un viaje en tren nocturno desde Moscú a San Petersburgo. Fue un viaje en asiento-litera y fue muy interesante a la par de divertido. Además, fue el único momento de nuestro viaje por Rusia en el que tuvimos la ocasión de charlar y conocer un poco más a los rusos. Aquel primer contacto con los trenes rusos me dio una idea para tratar de hacer mi propio transiberianos low cost.

Viajar en tren por Rusia

Cuando empecé a investigar sobre las líneas regulares de trenes rusas, me di cuenta de que esa idea que, en su momento, me pareció tan genial y novedosa no fue ninguna de las dos cosas. Como es lógico, los rusos no crearon la linea de tren mas larga del mundo solo para que unos pocos con suerte hicieran el viaje de sus sueños. Esta linea ferroviaria es un elemento fundamental para mantener comunicado un país tan extenso como todo un continente. Y por lo tanto, dispone de una linea regular que hace el trayecto.

Así fue como lo supe y en ese momento me hubiera dado de cabezazos contra la pared por no haber caído antes en algo tan sencillo. El transiberiano sale de Moscú y recorre algo más de 1.700 kilómetros para llegar hasta la frontera que separa Europa de Asia, en Ekaterimburg . Desde allí continua cruzando los magníficos Montes Urales hasta la ciudad de Omsk, a 2.715 kilómetros de Moscú. Continua el trayecto hacía Irkutsk, cruzando 2.500 kilómetros de la lejana Siberia. Después rodea el Lago Baikal hasta llegar a Ulan Ude. Hasta este punto son los 5.600 kilómetros de tramo común del Transiberiano antes de separarse en función del destino final: Vladivostok o Pekin. Y hay una linea regular a un precio más que asequible.

Aunque existe la posibilidad de viajar en primera clase, en compartimento para dos personas a buen precio, dado que este viaje lo iba a hacer sola decidí comprar el billete más barato y viajar en asiento-litera, que tan buen resultado me había dado en mi anterior experiencia con los trenes rusos.

Gracias a este descubrimiento, hace poco más de un mes me encontraba yo, mochila al hombro, sentada en el andén de la estación central de Moscú a punto de iniciar uno de los viajes más sorprendentes de mi vida.

Me subí al tren llena de expectativas y de emoción. El tren arranco puntual y me encontré sentada en medio de una familia rusa que me miraba como si yo fuera de otro planeta. Por delante, tres días y tres noches de tren para hacerme con la simpatía de aquellas gentes al son del traqueteo del tren.

Eran las 10:00 de la mañana de día 1 y la primera parada me esperaba a 1.778 kilómetros y 26 horas de distancia. Las primeras horas las dedique a conocer el que iba a ser mi hogar durante los próximos días. Reconozco que lo primero que busqué fueron enchufes. Tenía la tableta repleta de películas y series para pasar lo que imaginaba que iban a ser muchas horas muertas y la idea de quedarme sin batería era una de mis principales preocupaciones. Los había, pero no me hicieron tanta falta como pensé en un principio. El vagón disponía de café y té gratis que podías servirte cuando quisieras, además de un par de baños comunes que, como ya sabía, no disponían de duchas.

El hambre dio por terminado mi paseo de reconocimiento por el tren y regresé a mi asiento con intención de prepararme algo de comer. En mi mochila, además de latas de conservas, agua y chucherías varias, había 4 paquetes de jamón serrano envasados al vacío esperando a ser devorados. Mientras yo abría mi primer paquete de jamón, un olor fuerte pero muy apetecible inundo el espacio. Levante la cabeza para ver como la familia se comía con gusto una especie de guiso que olía de muerte. Ella, la madre, levantó la cabeza me pilló mirándoles y sonrió. Yo baje la mirada, avergonzada y me concentré en mi comida.

conocer Rusia en tren

Después de comer deje que el paisaje me fuera entreteniendo y acompañada por el movimiento del tren, me eché una de esas siestas de las que te despiertas sin saber muy bien donde andas. Eso me pasó cuando abrí los ojos y por la ventanilla solo veía la noche. El reloj decía que eran las seis de la tarde. Había dormido más de cuatro horas de siesta, imagino que fruto del largo viaje hasta Moscú del día anterior. Bueno, para ser sinceros eran las seis hora de Moscú, que es la hora oficial del tren, -que cruza siete usos horarios distintos- pero no se que hora sería en el lugar por el que estábamos pasando.

Regresé del lavabo un poco más espabilada después de lavarme la cara y refrescarme un poco, y me encontré con las miradas , medio curiosas medio divertidas, de la familia con la que viajaba. La madre, se dirigió a mí y me dijo algo en un ruso perfecto,  respondí en ingles con una gran sonrisa. Ella entonces habló con el miembro más joven de la familia, un chaval de unos 12 años muy rubio y muy serio. Para mi alegría, aquel pequeño me miró fijamente y en un correcto ingles me dijo que su nombre era Dimitri, como su padre y que su mama se llamaba Alexia. Me explicó que viajaban a ver a sus abuelos en Vladivostok.

A partir de ese momento, mi viaje se convirtió en un viaje en familia. Compartimos comidas y vivencias, experiencia y curiosidades. Me enseñaron lo abierto y amigable que es el pueblo ruso cuando consigues arañar esa superficie arisca y distante, fruto del clima y de haber vivido toda su historia baja la bota opresora de alguien.

Compartimos  tres días y tres noches,  estuvimos juntos en las paradas de Ekaterimburg, Novosibirisk e Irkutsk. Disfrutamos juntos de los paisajes. Cruzamos los Montes Urales y gran parte de Siberia y me explicaron mucho de lo que estaba viendo. Fueron los mejores guías de un viaje en el que estaba descubriendo mucho más que paisajes.

Las horas dan para mucho en un tren y además de compartir mi tiempo con mi familia rusa, también disfrute de largos ratos admirando paisajes. Me asombraron las montañas y me impactaron las grandes llanuras. Disfrute de cada una de las paradas y de ver como las estaciones se convierten casi en mercados ambulantes. También tuve tiempo de leer, de ver alguna peli y de pensar. De pensar como solo se hace en los trenes. Tú, el traqueteo del tren y tus pensamientos.

Ochenta y seis horas y 5.600 kilómetros después de salir de Moscú, con muchas experiencias, vivencias y sensaciones nuevas, llegamos al punto donde nos debíamos separar, Ulan Ude. Ellos seguían trayecto hasta Vladivostok. Nos despedimos efusivos y cariñosos, intercambiamos el correo y cruzo los dedos por volver a encontrarlos algún día.

 

Yo cambiaba de tren para continuar mi viaje por Mongolia hasta Pekin, el Transmongoliano. Pero amigos, esa ya es otra historia…

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