Vivir la Semana Santa

La Semana Santa sevillana de un nazareno primerizo

La fe nunca ha ocupado en mi vida un lugar preeminente pero lo cierto es que siempre he sentido curiosidad por las fiestas religiosas. Eventos que aúnan tradición, devoción y diversión a partes iguales. La Semana Santa sevillana es, al menos para mi, el gran ejemplo de una fiesta tan familiar, como religiosa y festiva.

En muchas ocasiones a lo largo de mi vida me he visto tentado a visitar la Semana Santa, pero  nunca me terminaba de decidir.  La principal razón era que no conocía a nadie en la ciudad y pensaba que me podía perder entre tanta procesión y no saber aprovechar el verdadero ambiente de esos días.

Pero la vida da muchas vueltas y no alcanzaba a imaginar que una desgracia, una promesa y un accidente iban a conseguir que tuviera la oportunidad de salir con la Hermandad de la Virgen de la Macarena en la madrugá de la pasada Semana Santa.

La nieta de Manuel, amigo mío desde hace más de 40 años, nació con un problema. Aquello angustió a mi amigo, que sufría por su nieta y su hijo, sintiéndose impotente e inútil. Llevado por ese sentimiento y gracias a que conocía, través de su trabajo, a uno de los cofrades de la Hermandad de la Virgen de la Macarena, le acompañé en un viaje a Sevilla para pedirle a la Virgen por su niñita. A cambio ofreció su penitencia como nazareno, acompañando a la imagen durante todo su recorrido.

Dos meses después, los médicos por fin dieron con la enfermedad de la pequeña y afortunadamente todo quedó en un susto, grande pero susto. Manuel estaba realmente feliz ante la idea de agradecer a la Virgen su pequeño milagro y la recuperación de su nieta. A mi edad tengo muy claro que la vida suele dar una de cal y otra de arena, pero en este caso lo de Manuel fue un fatalidad.

El lunes santo, mientras el hombre se daba su paseo matutino un mal tropiezo le llevó primero al suelo y después al hospital. Desesperado me llamó esa misma tarde, un tobillo roto le impedía cumplir con su promesa y su disgusto era natural y evidente. La confianza que nos une y el hecho de haberle acompañado a realizar su promesa, me convirtió en el candidato ideal para sustituirle y hacer valer la promesa en su nombre.

Como es la Semana Santa en Sevilla

Esas fueron las circunstancias que me llevaron a encontrarme el pasado jueves santo a las 11 de la noche en la Basílica de la Macarena en el barrio de Triana, esperando para ataviarme con la vestimenta propia del nazareno. Desprovisto de reloj y cualquier tipo de joya que no fuera la alianza de casado, junto a Jesús-el amigo de Manolo- fui siguiendo paso a paso la tradición. Primero la capa blanca con el escudo bordado en el lado izquierdo y con botonadura verde, después los calcetines blancos y los zapatos negros con hebillas de plata. A continuación unos guantes blancos y por último el gran capirote – o antifaz – de terciopelo verde adornado con el escudo bordado en oro. Eran casi las doce cuando me enfundé el antifaz y, no se si por la responsabilidad de cumplir la promesa de un amigo o por la gran emoción que reinaba en el ambiente, pero yo estaba hecho un flan.

Ocupaba un lugar intermedio en la larga fila de nazarenos que acompañan a la Macarena y tanto la ciudad, como la gente se ven de una forma muy distinta a través de las aperturas de mi antifaz. Mientras sevillanos y visitantes me observaban con recogimiento debo reconocer que se me pasaron los nervios y comencé a disfrutar de la gran oportunidad que me había brindado el destino.

Durante el largo recorrido por la calle Feria tuve la oportunidad de fijarme en el público que esperaba a la Macarena. Estaba lejos de la Virgen y lo que veía en los ojos de las personas y escuchaba en conversaciones perdidas era expectación e impaciencia, pero también alegría. Similar a la emoción de un niño mientras espera a sus amigos para su fiesta de cumpleaños. Aquel sentimiento flotaba en el ambiente y también me servía para distinguir a los sevillanos de los visitantes.

Las caras de los visitantes eran, sobre todo, de curiosidad, llegando en algunos casos a la perplejidad. Como nazareno invitado, entendí perfectamente esa sensación. Porque puedes casi tocar la pasión que sienten por su fiesta, pero no llegas a entenderla del todo.

Llegamos a Campana y apenas podía creer que ya llevaba más de tres horas caminando. Apenas podía sentir los pies mientras doblábamos para tomar la calle Sierpe y entrar en la parte más emocionante del recorrido. La estrecha y hermosa Sierpe estaba engalanada y repleta, casi muda de recogimiento y exultante en emoción. No puedo saber como le cantaron a la Virgen desde los balcones de Sierpe, pero sí se que quienes cantaron a mi paso estaban poniendo el alma, la voz y la vida en cada saeta.

Desde aquellos agujeros del antifaz, las horas pasan deprisa. Pero cuando alcance a ver la Catedral fue como si el tiempo se detuviera. Allí estaba ella, majestuosa incluso a través del capirote. Aun seguía en mi memoria mucho rato después cuando, después de seis horas llegábamos a la Plaza del Salvador, donde la iglesia del mismo nombre esperaba junto a la gente la llegada de la Virgen de la Macarena.

El amanecer y el cansancio llegaron de la mano a la altura de Sor Ángela de la Cruz. Entre el público se podía distinguir a quienes habían pasado por casa a tomar una ducha y quienes, como yo, llevaban toda la noche. Pero la fatiga no diluye en modo alguno el ambiente ni la emoción. Muy al contrario pone los nervios a flor de piel e intensifica el fervor de muchos. Aún así, la madrugá había tocado a su fin acompañada por la hermosa ciudad de Sevilla.

Tradiciones populares

Yo tenía aún tres largas horas para seguir viendo Sevilla desde la peculiar perspectiva  que ofrece estar bajo un capirote de Semana Santa. En esas tribulaciones andaba cuando regresamos a la calle Feria, donde de nuevo nos esperaban. Algunas caras me resultaron familiares y no pude evitar pensar que llevaban allí tantas horas como yo o quizá más.

Entrar en Resolana causo un extraño impacto en mi. El sol lucia alto y serían más de las diez de la mañana. La calle seguía abarrotada pero en sus caras se veía el deje triste de saber que la Macarena estaba a punto de ser guardada durante otro largo año. Mi ánimo, sin embargo, estaba más cerca del regocijo, casi rozando el orgullo.

Tras casi doce horas, entré de nuevo en la Basílica de la Macarena y me dispuse a esperar a la Virgen. Allí estaba también Manuel y mi mujer. Durante un momento y escondido bajo el capirote pude pararme a observar la mirada de emoción de mi amigo, que apoyado en sus muletas lloraba en silencio, supongo que pensando en su nieta. Me acerque a ellos, tome la mano de mi mujer y rodee los hombros de amigo, justo en el momento en que la Macarena cruzaba el umbral de regreso a su iglesia.

 

Mapa interactivo de Sevilla

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